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Aire fresco
 

Los seres humanos somos animales de costumbres… Esa frase me pareció “De cajón” por muchos años hasta la mañana de hoy.

 

Tras hacer mis acostumbradas oraciones, dejando en manos de la bella dama Intuición cuál sería el cuento para narrar en la ruta me dispuse a alistar el traje de batalla. Una chaqueta para el clima loco de la ciudad, tenis cómodos, jeans y sobre todo: el tapabocas, los guantes, el spray de alcohol y el antibacterial. Con un año y medio usando estas cosas doce horas al día, ya mi rinitis alérgica se volvió una compañera permanente, mis cuerdas vocales son más fuertes y recuperé la potencia en la voz que tanto me atormentó al inicio, pues armé colección de tapabocas buscando uno que no me produjera esa maldita sensación de ahogo con la que luché los primeros meses.

 

Mirando la mitad de mi rostro en el espejo aprendí a leer en la profundidad de los ojos y satisfecho con lo que hallé crucé la puerta.

 

Casi se me desencajó la mandíbula cuando giré en la esquina y comencé a ver rostros completos, sonrisas, dentaduras blancas y otras no tanto. El carmín en los labios de la vendedora de dulces me pareció más intenso que el de la misma sangre y poco faltó para que cometiera la truhanería de robarle un beso.

 

-¿Acaso estoy soñando?- Por un momento la mente se negaba a procesar lo que ocurría a mi alrededor; era como estar en un pasado no lejano en el calendario, pero muy distante en la memoria y la costumbre. Fui transportado a la época anterior al miedo, al encierro, a la distancia, a la limpieza compulsiva, cuando sin miramientos abrazábamos y prodigábamos un beso.

 

Conseguí aterrizar cuando la bella vendedora me tomó de la mano y me preguntó si quería lo de siempre. Y yo, como el idiota redondo que soy le respondí con el ceño fruncido y señalando la tela en la mitad inferior de mi cara… -Ay rolito, ¿Vivís en una cueva o qué?- Por fortuna las mujeres paisas son tan queridas y ella pasó por alto mi lentitud. Sin dejar de sonreír me extendió un café negro, un cigarrillo mentolado y como un plus, el periódico del día, en el que con letras grandes como mi sorpresa se podía leer: "¡La vacuna funciona!, un mes sin positivos en el país".

 

Con frenesí, recorrí el diario donde se informaba que por fin éramos libres de caminar, respirar, hablar, trabajar y relacionarnos sin la mediación de aquella tela en la cara que como un bozal se nos había obligado a portar. Todo lo que debía hacer para lograr aquel anhelo era soportar un pinchazo en el brazo y reposar por veinticuatro horas.

 

Soy de reacciones extremas, y como alma que lleva el diablo me fui corriendo al hospital. El arriendo del día en la pensión podía esperar. Volver a tener aire fresco vale todo el peso del mundo en oro.

Cuenterourbano

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