El escape de una marioneta
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En el teatro de marionetas todas las noches eran iguales, pero tras la última función, Pito se pasaba en vela pensando cosas que una marioneta no debería pensar.
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Trataba de entender por qué tenía esos hilos y la razón por la cual debía hacer la voluntad del titiritero.
Ansiaba tomar el control de su destino, así que comenzó a romper los hilos, uno por uno. Mientras lo hacía imaginaba todo el mundo que le aguardaba, y lo que haría con su libertad.
Cuando el último hilo se rompió, se sintió el ser más feliz; luego, con un gran esfuerzo, salió del armario, para caerse al suelo y romperse las piernas.
El dolor fue insoportable toda aquella noche. Se lamentó por su mala estrella; no entendía por qué era tan desgraciado. Por su cabeza de madera pasaron todo tipo de imágenes tenebrosas… Creyó que sería arrojado al baúl de los inservibles…
A la mañana siguiente, el titiritero lo halló en el suelo. Con mucho amor dedicó el día entero en reparar al maltrecho muñeco. Le puso piernas nuevas, pintó una nueva sonrisa y ajustó los hilos, mientras Pito comprendía algo grandioso: Sus hilos no eran cadenas, sino un vínculo con ese ser que lo amaba y con el propósito de su existencia.