La huelga de los zapatos
Tras varios años, al fin decidí tomar vacaciones de mi trabajo y acabé yendo al pueblo donde vivía mi abuelo.
Al bajarme del bus, pude ver al anciano de piel bronceada que me llevaba en hombros cuando era niño. Él me sonrió, y tras un abrazo, me ´pidió que me quitara los zapatos.
-¿Por qué abuelo?- le pregunté, y enseguida noté que todos en el lugar caminaban con los pies desnudos, él me respondió: -Cuando era niño, una mañana me levanté de la cama y descubrí que no estaban mis pantuflas… Busqué por todo el cuarto y no sólo las pantuflas habían desaparecido, todos mis zapatos se esfumaron. Contrariado, fui al cuarto de mis padres y ellos estaban igual, no encontramos un sólo par de zapatos en toda la casa.
Preocupados salimos de la casa y hallamos a todos los vecinos de la cuadra descalzos, murmurando sobre aquel misterio. Unos hablaban de brujería, otros de algún ladrón o bromista con un raro fetiche.
Así con el paso de los minutos, la gente se fue reuniendo y caminamos hacia la plaza, comiéndonos la curiosidad. Una vez llegamos al lugar nos encontramos con la mayor sorpresa de nuestras vidas… miles de zapatos, de todos los estilos, tamaños y colores estaban puestos en perfecto orden con carteles que decían: “Nosotros, los zapatos de este pueblo, entramos en huelga indefinida hasta que los seres humanos pongan los pies en la tierra”. Desde aquel día, nadie ha podido ponerse un par de zapatos, y cuando un visitante llega, su calzado se une a la huelga en la plaza…-
Yo sonreí ante semejante locura, hasta que llegamos a la plaza; ahí se encontraban aún los zapatos en pie de protesta con sus carteles, exigiendo que los hombres pongan los pies sobre la tierra. De pronto, mis propias botas escaparon de mis manos y se unieron a sus compañeros del pueblo de mi abuelo.