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Las máscaras de Julieth

 

 

 

Todas las mañanas, antes de ir a su trabajo, Julieth dedicaba varios minutos para escoger la máscara que usaría… Las tenía de todas las formas, colores y estilos. Unas eran risueñas, otras directas, y algunas llevaban lágrimas incorporadas.

 

Pero aquel día, por alguna misteriosa razón, el despertador no sonó a tiempo y ella tuvo que salir a la carrera.

 

Cuando iba en el taxi se dio cuenta… no había tomado ninguna máscara de su colección; un frio intenso recorrió su cuerpo, ¿cómo iba a enfrentar ese día sin sus actitudes estudiadas y elegidas a conciencia para cada situación?

 

Al verla con cara de preocupación, el taxista le preguntó que le pasaba, ella se sintió atrapada, jamás había dado una respuesta sincera en su vida… sólo atinó a decir: “Tengo un problema”.

 

Para colmo de los males de aquella chica, el taxista resultó ser de esos que se interesan por las personas, le preguntó si tal vez podía ayudarla. La muchacha se sentía cada vez peor mientras trataba de esquivar la solidaridad del taxista.

 

Al final se rindió, le confesó que siempre había usado máscaras y que ese día las había dejado en casa, el hombre la miró de arriba a abajo extrañado, sacó de su bolsillo un espejo y le dijo: “Niña, ignoro por qué usa usted esas cosas, pero le aconsejo que mire su rostro en este momento”

 

Julieth temblaba como una hoja mientras ponía el espejo en frente suyo, se encontró con una muchacha joven, con unos ojos marrón claro, profundos y una expresión de sorpresa más intensa que cualquier cosa que pudiese haber imaginado.

 

El taxista, sonrió y le dijo: “Quédese con el espejo, y cada vez que no sepa qué cara poner frente a una situación, mírese en él… así aprenderá a reconocerse”.

 

Luego de dejar a Julieth en su trabajo, el taxista se alejó de allí y sacó de la guantera otro espejo para darle a otro pasajero que hubiese olvidado sus máscaras en casa.

Cuenterourbano

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