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Papelitos


 

Disfrutaba verla a través de la ventana, ella, sin saberlo, se me había convertido en un ritual…

 

Hasta aquella aburrida mañana de marzo en la que, más distraído de lo que soy habitualmente, me hallé atrapado por la joven en el edificio de en frente.

 

“Si quiere, le doy una foto”(?), se podía leer en la hoja que puso ella en la ventana y su mirada helada me hizo sentir como si yo fuese alguna clase de psicópata. Confundido y avergonzado, busqué el modo de disculparme, pero mi proverbial torpeza fue superior. Con cara de idiota me quedé mirándola mientras ella escribía y ponía una nueva nota en la ventana “Es broma, me llamo Luisa”

 

Al fin conseguí conectar mis neuronas y escribí rápidamente “Soy Juan, es un placer”. Separados por la avenida y diez pisos en cada edificio, pasamos más de dos horas “hablando por medio de mensajes en la ventana. Con el paso de los días, las conversaciones se hicieron más frecuentes y divertidas. Incluso, en una ocasión, jugamos “triqui” mientras yo atendía una junta con mis colegas de departamento.

 

Fuimos aprendiendo el uno del otro con cada hoja de papel usada. Una tarde la vi llorar  sólo pude escribirle “No siempre lloverá en el corazón” y ella correspondió con una sonrisa.

 

La puerta de mi refrigerador se fue llenado con hojas de papel, escritas por mi, pero cada una era una charla, un detalle, una “cita” que había tenido con Luisa, la hermosa castaña en el edificio de en frente.

 

Esta mañana no la hallé en su ventana, se podía ver que la oficina había sido vaciada… El hueco que sentí en el corazón se hizo enorme con cada segundo. Y, de repente, un destello de  luz me rescató del abismo. Era Luisa, dos pisos más arriba, con un espejo llamando mi atención. Enseguida sonreí como nunca lo había hecho, ella entonces puso una hoja que decía “Me ascendieron”, yo puse “¡Te felicito!”, “Debemos celebrarlo” puso ella y sin pensarlo le contesté “Te espero abajo en el quiosco de las revistas”. Cuando dijo que “Si”, bajé los diez pisos de escalones como un meteoro.

 

Ahora estoy aquí, a un metro frente a ella, las manos me sudan, no paro de temblar, tengo la garganta seca y puedo ver el nerviosismo en su perfecto rostro. Después de meses hablando, ninguno de los dos sabe qué decir.

Cuenterourbano

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