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¿Te gustaría tener superpoderes?

 

 

El sonido de despertador arrancó de su paraíso a Javier. Con la acostumbrada lentitud, fue estirando los brazos mientras caminaba hacia e cuarto de baño para asearse.

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Luego de ponerse los jeans rotos que tanto le gustaban, bajó la escalera y de pronto, lo escuchó: era un ruido desmesurado, sin orden ni concierto alguno. Pudo reconocer a voz de su hermana planeando como escaparse del colegio para verse con el novio que todos odiaban, su padre hablaba de cómo iba a decirle al jefe sobre el negocio echado a perder con los japoneses y mamá se lamentaba por no haber llevado el carro al taller.

 

Para cuando llegó a comedor, se quedó sorprendido, pues nadie hablaba mientras desayunaban. Se pellizcó para saber si era un sueño; el dolor respondió: “Estás escuchando los pensamientos de las personas a tu alrededor.

 

 

De camino a la universidad la cosa fue empeorando… El hombre a su lado en el tren era gay y lo devoraba mentalmente, la señora de atrás no dejaba de quejarse por la demora para llegar a su examen médico y unas decenas de personas más pensaban en cosas inconfesables.

 

Con el paso de las horas, el pobre Javier se vio sumergido en el torbellino de los pensamientos ajenos, navegó en las mentes de quienes amaba, para darse cuenta de que sólo unos cuantos eran sinceros… Paseó por las penas de esos a los que miraba con desdén y se sorprendió con la calma del anciano mendigo de la Plaza Central.

 

 

Caída ya la noche, y con la cabeza a punto de estallar, el joven escuchó un último pensamiento ajeno. Provenía del crucifijo en su cuarto y le decía: “Es por eso, amigo mío, que no concedo todo lo que me piden…”

Cuenterourbano

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